Quiero decir que a mí de versos, no me tienes que decir nada, que hace tiempo que escribo los míos, que yo también la veo. Que cuando ella cruza por debajo del cielo, sólo el tonto mira al cielo. Que sé como agacha la cabeza, levanta la mirada y se muerde el labio superior. Que conozco su voz en formato susurro y en formato gemido y en formato secreto. Que me sé sus cicatrices y el sitio que la tienes que tocar en el este de su pie izquierdo para conseguir que se ria y me sé lo de sus rodillas y la forma de rozar las cuerdas de la guitarra. Que yo también he memorizado su número de teléfono, pero también el número de sus escalones y el número de veces que afina las cuerdas antes de ahorcarse por bulerías. Que no sólo conozco su última pesadilla, también las mil anteriores. Y yo sí que no tengo cojones a decirle que no a nada, porque tengo más deudas con su espalda de las que nadie tendrá jamás con la luna, y mira que hay tontos enamorados en este mundo. Que sé la cara que pone cuando se deja ser completamente ella, rendida a ese puto milagro que supone que exista. Que la he visto volar por encima de poetas que valían mucho más que estos dedos y la he visto formar un charco de arena rompiendo todos los relojes que la puso el camino. La he visto hacerle competencia a cualquier amanecer por la ventana. No me hablen de paisajes si no han visto su cuerpo. Que lo de "mira sí, un polvo es un polvo" y eso el tesoro pintado de rojo sobre sus uñas y sólo los sueños pueden posarse sobre las cinco letras de su nombre. Que te entiendo, que yo escribo sobre lo mismo, sobre la
misma. Que razones tenemos todos, pero yo, muchas más que vosotros.